Narrativas Culinarias

Dina

Dina

Dina, mi abuela

            Frente a mi está el cenicero rojo en forma de ojo, es de cristal y pertenecía  a  mi abuela Dina.  Desde niña me gustaba ver a los adultos fumar y esa pieza me parecía hermosa, cuando ella murió, su nana me la dio y desde ese día descansa féliz sobre mi escritorio.

 

Ella nació en Vilna, Lituania, cuando no era ni Lituania, ni Rusia, sino una ciudad ocupada por Polonia. Llegó a México por el puerto de Veracruz y lo primero que probó en América fue un mango, que se comió con todo y cáscara.  

 

            Desde niña he imaginado a mi abuela cuando tuvo que subirse a ese barco con destino a México, esbelta y elegante, alta, blanca de ojos color grises y azules como el cielo nublado, su rostro  como una manzana. Dejando una vida que nunca más iba regresar, no volvería a ver a sus padres, ni a su casa, ni al campo donde se enamoró de su Mijael.

            Sus fotos me evocan desconcierto y un recuerdo remoto de mi niñez, donde sus blancas manos regordetas me acariciaban y su olor  a flores se impregnaba en mi ropa. Ella era una de las cocineras  que más me han gustado.   Ella logró que su  comida que era un poco sosa y aburrida se convirtiera en una sinfonía de sabores tropicales, finos y acertados.

            Sus mesas durante las fiestas eran elegantes y alegres: los manteles y las servilletas estaban tan almidonados que parecían de cartón, sus platos blancos decorados con nardos hechos en “occupied Japan” me parecían tan finos y hermosos, los cubiertos eran muchos y de todos los tamaños, las copas de cristal cortado, las flores y las velas frente a ese pan trenzado y toda la comida llegaba en hermosos platones y maravillosos aromas. En su casa siempre había un mesero y nos servían un vino muy dulce con tonos frutales kosher.  Era tan emocionante ir a estas cenas, todos íbamos muy elegantes y nos sentábamos muy derechitos y con una sensación de un enorme placer.

            Dina era una mujer alta y grande, con un peinado muy alto y su pelo casi era color violeta, sus labios muy rosas y portaba un anillo muy grande, daba órdenes y pedía su “visky”.  Tenía un fuerte acento pero siempre sabía como usar las palabras altisonantes  si alguien le molestaba.   

            Cuando era jovencita, tanto me gustaba su comida que decidí acompañarla a los mercados, recorrer a su lado su mundo gastronómico, ser parte del linaje de las mujeres judías askenazí, hundirme y empaparme en su corazón y descubrir sus secretos.

            Llegabamos al mercado de San Juan, cuando era un mercado de gran elegancia y altura, ahí, ella gritaba con su acento..-Juan, Juanito, tráeme mi silla – y en un santiamén ahí estaba este muchacho con una silla de madera, la tomaba del brazo y la iba acompañando a todos los puestos.  En la pescadería pedía su pescado para el “gefilte fish”, en otro revisaba con minuciosidad la tripa, para después ser rellenada de papa y cebolla frita, el pecho  de ternera blanco y reluciente , el ganso o el pato,  las alas de pollo y su grasa… en todo y cada uno de los puestos le ofrecían su sidral o un café con leche, en cada uno se sentaba en su silla y se quejaba. Sus dolores eran sus piernas, sus pobres rodillas, su peso y siempre la tristeza de haber enviudado a los 28 años con tres hijas.

            Sus agobios no la detuvieron, saco a sus hijas adelantes, pagaba su renta, tuvo en una época una tienda en Avenida Juárez para vestir elegantemente a los señores. Cuando niña tenía un pequeño restaurante en la calle de Londres, en la Zona Rosa, donde me sentaban en un banquito rojo en la barra y me servía medio sándwich de cornbeef  y una sopita de matza balls con un delicioso caldo de pollo. Al final, me servía unos blintzes de queso con mermelada y crema.

             Recordarla me enchina la piel, su amor nos envolvió a través de su cocina, su sentido del humor y hasta su mal genio nos hace reir. Ella era una guerrera como ninguna.

            Aquí un probadita de su cocina con un toque de su nieta que tanto la ama.

 

Gefilte Fish

Ingredientes:

(para 8 personas)

500 gramos de huauchinango

500 gramos de extraviado o dorado o atún fresco

2 cebollas de rabo picadas

1 zanahoria rayada

sal y un poco de azúcar

pimienta al gusto

Para cocerlas:

1 lt de caldo de pescado o agua

2 cebollas de rabo

3 ramas de apio

3 hojas de laurel y una pizca de tomillo

unas ramas de hinojo

sal

Para servirlo:

Una salsa de raíz fuerte ya sea comprada en una tienda gastronómica

O hecha en casa (aunque ha sido difícil encontrar la raíz fuerte)

Puedes también servirlo con unos chiles jalapeños encurtidos.

 

Preparación:

1.- En un procesador de alimentos moler en pescado en cubos con la cebolla. Agrega la zanahoria rayada, sal, pimienta y azúcar. Con las manos húmedas forma las bolitas del tamaño que gustes y velas poniéndolas en un platón. Refrigera.

2.- Pon a hervir el caldo o el agua con todos los ingredientes y permite que hierva y tome los sabores, acomoda las albóndigas y permita que se cuezan. Aproximadamente 15 minutos, sácalas con una espumadera y acomódalas en un platón.

3.-Sirvelas un poco frias o temperatura ambiente. ( no deben estar calientes) 

4.- Puedes acompañarlas de una ensalada de hinojos rebandos y aderezados con sal. Limón y aceite de oliva, con chiles encurtidos o con salsa de raíz fuerte y pan negro.

             

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